sábado, 7 de mayo de 2022

La magia de Los Bridgerton



Algo ha cambiado en los tiempos que corren. Nos ha tocado vivir una pandemia que sin quererlo nos ha alejado un poquito más. El contacto, el tacto, la cercanía… todo eso se convirtió en prohibitivo, en peligroso, en deporte de riesgo. Parece que ahora estamos saliendo poco a poco de ese pozo, pero queda largo camino por recorrer, queda mucho todavía para regresar a la normalidad. Sin embargo, lo que sí ha quedado claro con todo esto, es que una de las cosas que más necesitamos en este mundo es el amor. Lo único positivo que se puede concluir de esta situación, es que el amor, en cualquiera de sus formas, es todo cuanto deseamos como seres humanos. La falta del mismo durante esta pandemia debido a causas de fuerza mayor no ha hecho más que hacer evidente su importancia. Hemos sido miserables, no solo por la desgracia de vivir con una nueva enfermedad, sino también por no poder disponer de todo el cariño de los demás, de todo el amor que como personas necesitamos para sobrevivir. Y aun así, a pesar de la evidencia de esta realidad, todavía son muchos los que siguen queriendo negar que el amor es uno de los pilares de nuestra existencia. Todavía hay muchos que se creen inmunes al mismo, que no lo creen necesario para vivir. Se autoengañan y pretenden engañarnos a los demás.

Sin embargo, entre tanta desilusión y tendencia al desapego, a veces surgen movimientos que reivindican la importancia del amor. Uno de esos movimientos, del que vengo a hablar hoy, es el de la serie de Los Bridgerton. Una serie que por cierto, ha batido todos los récords, convirtiéndose en la serie más vista de habla inglesa de la historia de la plataforma Netflix.

Los Bridgerton desprende una energía especial. A priori podríamos pensar que es una serie más de temática romántica, una temática que podría parecer muy vista, pues al fin y al cabo son muchas las novelas de este género ambientadas en la Inglaterra del siglo XIX, que tratan dramas de damas seducidas por galantes caballeros ingleses, debatiéndose entre el deseo y el decoro. Pero Los Bridgerton va más allá. Tiene una esencia, una magia, que hace imposible despegarnos de la pantalla. Cada escena está perfectamente estudiada para ser perfecta, desde los vestuarios de ensueño hasta la música celestial, pasando por una fotografía impecable y un casting que no podría estar mejor escogido, en mi opinión uno de los mejores que he visto en mucho tiempo. Con esa calidad de actuaciones, resulta imposible no sumergirnos en todas esas historias de dramas y amores imposibles que traen por el camino de la amargura (y eventualmente de la felicidad) a sus protagonistas. Historias que nos hacen soñar, que nos hacen reflexionar, que nos llegan al alma. Porque aunque el trasfondo sea grandilocuente, la realidad es que quizás uno de los motivos de que esta serie guste tanto es porque los sentimientos que nos transmiten sus personajes se sienten tan reales que podríamos ser nosotros mismos los que los estuviéramos viviendo. Cada detalle está cuidado con tanto mimo, que consiguen que las emociones traspasen la pantalla y nos lleguen al corazón. En conjunto todo resulta precioso, apasionante, desgarrador. Por eso queremos más y más, por eso no podemos dejar de ver una y otra vez todas y cada una de esas mágicas escenas de amor. Las sentimos como nuestras, nos vemos inevitablemente identificados en un punto u otro del camino. Porque no todo es amor y cosas bonitas, finales felices sin complicación. No resulta tan simple como eso. Los personajes viven una evolución impresionante desde el primer al último capítulo, pasando por todas las etapas por las que puede pasar una persona a lo largo de una historia de amor. No todo siempre es color de rosa, y todo ese viaje de matices entre amor y desamor se transmite muy bien en cada capítulo, en cada escena, en cada baile, en cada mirada. El júbilo por verte correspondido por tu amor, el sufrimiento por un amor imposible, la decepción al verte traicionado por alguien a quien amas… ¿a quién no le ha pasado alguna vez? ¿Quién no ha estado en alguna (o en todas) de esas fases? Es por eso que Los Bridgerton resulta tan agradable de ver: porque son historias de la vida real. Son historias que en cierto modo, todos hemos vivido. Y verlas en la pantalla reflejadas tan nítidamente no deja de resultar conmovedor.


En cualquier caso, la conclusión es que en un mundo desprovisto de esperanza, series como esta nos hacen volver a creer en el amor. Volver a creer que todo es posible, que el amor todo lo puede. Y cada vez estoy más convencida de que no es algo que se queda solo en el terreno de la ficción, porque de otro modo series como esta no tendrían el éxito que tienen. El triunfo de este tipo de producciones no hace más que reafirmar mi teoría de que en el fondo, aunque algunos no quieran admitirlo, todos necesitamos amor. Todos necesitamos amar y ser amados.

K.

sábado, 3 de octubre de 2020

Sentimientos de usar y tirar.

Vivimos en un tiempo en el que pareciera que hay que pedir perdón por tener sentimientos. Como si estuviera mal querer demasiado o cogerle cariño a alguien muy pronto. Como si estuviera prohibido dejar volar al corazón a las primeras de cambio. La gente que comete ese "error" es tachada de rarita, de romántica, de tonta. Y lo siento pero no, no me creo que sea algo tan fuera de lo común, eso de que conozcas a alguien que te mueva las entrañas, que te revuelva todo en tu interior. Eso de que conectes tanto con una persona que desde entonces no hagas más que pensar en volver a estar a su lado. Nos ha pasado (o nos va a pasar) a todos. Y lo sabes desde que inicias la primera conversación con esa persona. Lo sabes desde la primera mirada. No es locura, es certeza. Lo sientes y ya está. A veces no necesitas más que unas horas para saber que sientes algo especial.  No tiene nada de malo. Somos seres humanos, seres racionales, seres capaces de sentir emociones. El problema es que por desgracia vivimos en un mundo superficial, autómata e impersonal. No está de moda ser un sentimental. Lo que se lleva ahora es todo lo contrario. Se llevan los sentimientos de usar y tirar, se lleva hacernos los duros, como si no nos importara nada ni nadie. 

Sin embargo, creo que ocultar lo que sentimos al final es más una manera de sobrevivir, un escudo. No es lo que nos gustaría hacer realmente, pero es lo que nos vemos obligados a hacer para no salir heridos. Porque sabemos que lo más probable es que si decimos lo que sentimos demasiado pronto, no se nos tome en serio, se rían de nosotros. Lo más probable es que nos explote en la cara. Entonces es más fácil hacer así: disimular, esconder, aparentar. Y es una verdadera lástima, porque ¿cuántas historias de amor se pierden a diario por temor a quedar mal, a hacer el ridículo? ¿Cuántas palabras bonitas se quedan en el tintero? ¿Cuántos sueños se quedan solo en eso? 

Ojalá fuera más fácil. Ojalá querer no nos provocara tantos problemas. Ojalá sentir de más no implicara vivir de menos.

K.



jueves, 17 de octubre de 2019

Marea


Pocas veces es posible llegar a sentirse así. Cuando ocurre lo sabes, porque entonces entiendes que nada de lo que has sentido hasta ahora se parece a esta nueva sensación abrumadora. Nada se parece a esto. Es como si todo lo vivido anteriormente no tuviera sentido. Como si una luz cegadora iluminara toda tu oscuridad de repente, sin avisar. Como si apareciera un nuevo amanecer en tu interior, como si una marea arrasadora te invadiera de los pies a la cabeza, dejándote sin posibilidad de escapar. Pero en el fondo tampoco quieres escapar, porque lo que de verdad te encantaría es quedarte a vivir en esas aguas turbulentas toda la vida. Te das cuenta de que poder sentirte así es uno de los motivos por los que merece la pena haber venido a este mundo.

Sin embargo, el problema de vivir emociones de este calibre es su temporalidad, pues cuando aparecen sabes que la peor parte será cuando lleguen a su fin, cuando se marchen y no te quede nada más que su recuerdo. Un recuerdo que te embarga de sentimientos contradictorios cada vez que vuelve, trayendo paz y tempestad a partes iguales. Paz porque traerlo de vuelta a tu memoria te transporta de nuevo a ese mundo mágico. Tempestad porque el hecho de que ya solo sea un recuerdo te lleva por el camino de los infiernos, pues no es lo mismo evocar un sentimiento que vivirlo en carne propia. Así que lo único que tienes claro de toda esta tormenta, es que quieres volverla a vivir.

Es ahí cuando empieza el viaje de tu vida: el viaje para volver a encontrar esa luz. El viaje para intentar encontrar otra vez esa chispa celestial. Un viaje que empiezas sin saber cuándo llega al final, pero con la certeza de conocer cuál es el objetivo: volver a sentirte así. Porque aunque el sentimiento ya no exista, aunque se haya ido sin saber si volverá, por lo menos te ha dejado algo muy importante: la posibilidad de saber cómo se siente tocar el cielo con la punta de los dedos. La suerte de saber cuál es el máximo nivel de felicidad que puede llegar a sentir tu corazón. Y saber que de ahora en adelante, ya no te podrás conformar con menos.
                                                                             K.

sábado, 2 de marzo de 2019

Sobre la inspiración perdida

En estos días comentaba con unos amigos que en mis ratos libres, yo antes solía escribir poesías. Y textos. En resumidas cuentas, les confesé que me gustaba escribir. Y se lo contaba con nostalgia, hablando en pasado, pues realmente en la actualidad ya casi no encuentro tiempo para ello. Ni tiempo ni inspiración. Y ellos me dijeron: "pues busca la inspiración". Y a mí me entraba la risa, porque eso de la inspiración no es algo que se encuentra tan fácilmente, como cuando te pones a buscar las llaves o el abrigo antes de salir de casa. La inspiración surge sin esperarla, como surgen casi todas las mejores cosas de la vida. Y por desgracia, la inspiración también se puede perder de la misma forma que la encuentras: cuando menos te lo esperas.

Creo que yo la perdí hace ya algún tiempo, pero esa es otra historia. Supongo que ahora solo toca esperar a que regrese esa magia que me devuelva un buen motivo para escribir otra vez. Decían por ahí que son tiempos difíciles para los soñadores, y qué gran verdad. En un mundo cada vez más deshumanizado, resulta complicado hacerse un hueco cuando eres alguien de emociones a flor de piel. Pareciera que expresar sentimientos abiertamente es algo pasado de moda, anticuado, casi extinto. Quizás esa desidia generalizada que impregna casi todo hoy en día me ha contagiado a mí también. Aunque pensándolo bien, el solo hecho de estar aquí, echando de menos mis ganas de escribir de antaño, signifique que no todo está perdido. Se trata de rachas, de idas y venidas, de vaivenes, de comienzos y finales. Pero mientras se siga manteniendo la ilusión de reencontrarnos de nuevo con un rayo de luz, hay esperanza. Y mientras haya esperanza... entonces ya está ganada la mitad del camino.
K

domingo, 17 de junio de 2018

Cenizas

Lo que un día fue fuego hoy son cenizas. Cenizas con aroma a recuerdos candentes, de esos que queman cuando se asoman por el ventanal de nuestra memoria. Vuelven, arden y luego se van, porque a fin de cuentas son solo recuerdos y nada más. Lo que representan ya no existe ni existirá, al menos no de la misma forma que antes. 

No soplará el viento igual que aquella brisa fresca de verano en pleno otoño. 
No habrá luz tan brillante como aquel resplandor en medio de la oscuridad. 
No habrá aroma más agradable que aquel que  conociste en aquella tarde. 
Pero no importa. Porque también se pueden construir cosas maravillosas desde las cenizas. También se puede convertir recuerdos en moralejas, y convertir las moralejas en nuevos sueños. Y es que al final la vida es eso: soñar, vivir, recordar, olvidar y vuelta a empezar. Ciclos.

K.