Algo ha cambiado en los tiempos que corren. Nos
ha tocado vivir una pandemia que sin quererlo nos ha alejado un poquito más. El
contacto, el tacto, la cercanía… todo eso se convirtió en prohibitivo, en
peligroso, en deporte de riesgo. Parece que ahora estamos saliendo poco a poco
de ese pozo, pero queda largo camino por recorrer, queda mucho todavía para
regresar a la normalidad. Sin embargo, lo que sí ha quedado claro con todo
esto, es que una de las cosas que más necesitamos en este mundo es el amor. Lo
único positivo que se puede concluir de esta situación, es que el amor, en
cualquiera de sus formas, es todo cuanto deseamos como seres humanos. La falta
del mismo durante esta pandemia debido a causas de fuerza mayor no ha hecho más
que hacer evidente su importancia. Hemos sido miserables, no solo por la
desgracia de vivir con una nueva enfermedad, sino también por no poder disponer
de todo el cariño de los demás, de todo el amor que como personas necesitamos
para sobrevivir. Y aun así, a pesar de la evidencia de esta realidad, todavía
son muchos los que siguen queriendo negar que el amor es uno de los pilares de
nuestra existencia. Todavía hay muchos que se creen inmunes al mismo, que no lo
creen necesario para vivir. Se autoengañan y pretenden engañarnos a los demás.
Sin embargo, entre tanta desilusión
y tendencia al desapego, a veces surgen movimientos que reivindican la
importancia del amor. Uno de esos movimientos, del que vengo a hablar hoy, es
el de la serie de Los Bridgerton. Una serie que por cierto, ha batido todos los
récords, convirtiéndose en la serie más vista de habla inglesa de la historia de la plataforma Netflix.
Los Bridgerton desprende una
energía especial. A priori podríamos pensar que es una serie más de temática
romántica, una temática que podría parecer muy vista, pues al fin y al cabo son
muchas las novelas de este género ambientadas en la Inglaterra del siglo XIX,
que tratan dramas de damas seducidas por galantes caballeros ingleses, debatiéndose entre el
deseo y el decoro. Pero Los Bridgerton va más allá. Tiene una esencia, una magia, que hace imposible despegarnos de la pantalla. Cada escena está perfectamente
estudiada para ser perfecta, desde los vestuarios de ensueño hasta la música
celestial, pasando por una fotografía impecable y un casting que no podría
estar mejor escogido, en mi opinión uno de los mejores que he visto en mucho
tiempo. Con esa calidad de actuaciones, resulta imposible no sumergirnos en
todas esas historias de dramas y amores imposibles que traen por el camino de
la amargura (y eventualmente de la felicidad) a sus protagonistas. Historias que
nos hacen soñar, que nos hacen reflexionar, que nos llegan al alma. Porque aunque
el trasfondo sea grandilocuente, la realidad es que quizás uno de los motivos
de que esta serie guste tanto es porque los sentimientos que nos transmiten sus
personajes se sienten tan reales que podríamos ser nosotros mismos los que los
estuviéramos viviendo. Cada detalle está cuidado con tanto mimo, que consiguen
que las emociones traspasen la pantalla y nos lleguen al corazón. En conjunto todo
resulta precioso, apasionante, desgarrador. Por eso queremos más y más, por eso
no podemos dejar de ver una y otra vez todas y cada una de esas mágicas escenas
de amor. Las sentimos como nuestras, nos vemos inevitablemente identificados en
un punto u otro del camino. Porque no todo es amor y cosas bonitas, finales
felices sin complicación. No resulta tan simple como eso. Los personajes viven
una evolución impresionante desde el primer al último capítulo, pasando por
todas las etapas por las que puede pasar una persona a lo largo de una historia
de amor. No todo siempre es color de rosa, y todo ese viaje de matices entre
amor y desamor se transmite muy bien en cada capítulo, en cada escena, en cada
baile, en cada mirada. El júbilo por verte correspondido por tu amor, el
sufrimiento por un amor imposible, la decepción al verte traicionado por
alguien a quien amas… ¿a quién no le ha pasado alguna vez? ¿Quién no ha estado
en alguna (o en todas) de esas fases? Es por eso que Los Bridgerton resulta tan
agradable de ver: porque son historias de la vida real. Son historias que en
cierto modo, todos hemos vivido. Y verlas en la pantalla reflejadas tan
nítidamente no deja de resultar conmovedor.
En cualquier caso, la conclusión
es que en un mundo desprovisto de esperanza, series como esta nos hacen volver
a creer en el amor. Volver a creer que todo es posible, que el amor todo lo
puede. Y cada vez estoy más convencida de que no es algo que se queda solo en
el terreno de la ficción, porque de otro modo series como esta no tendrían el éxito
que tienen. El triunfo de este tipo de producciones no hace más que reafirmar
mi teoría de que en el fondo, aunque algunos no quieran admitirlo, todos
necesitamos amor. Todos necesitamos amar y ser amados.
K.
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