jueves, 17 de octubre de 2019

Marea


Pocas veces es posible llegar a sentirse así. Cuando ocurre lo sabes, porque entonces entiendes que nada de lo que has sentido hasta ahora se parece a esta nueva sensación abrumadora. Nada se parece a esto. Es como si todo lo vivido anteriormente no tuviera sentido. Como si una luz cegadora iluminara toda tu oscuridad de repente, sin avisar. Como si apareciera un nuevo amanecer en tu interior, como si una marea arrasadora te invadiera de los pies a la cabeza, dejándote sin posibilidad de escapar. Pero en el fondo tampoco quieres escapar, porque lo que de verdad te encantaría es quedarte a vivir en esas aguas turbulentas toda la vida. Te das cuenta de que poder sentirte así es uno de los motivos por los que merece la pena haber venido a este mundo.

Sin embargo, el problema de vivir emociones de este calibre es su temporalidad, pues cuando aparecen sabes que la peor parte será cuando lleguen a su fin, cuando se marchen y no te quede nada más que su recuerdo. Un recuerdo que te embarga de sentimientos contradictorios cada vez que vuelve, trayendo paz y tempestad a partes iguales. Paz porque traerlo de vuelta a tu memoria te transporta de nuevo a ese mundo mágico. Tempestad porque el hecho de que ya solo sea un recuerdo te lleva por el camino de los infiernos, pues no es lo mismo evocar un sentimiento que vivirlo en carne propia. Así que lo único que tienes claro de toda esta tormenta, es que quieres volverla a vivir.

Es ahí cuando empieza el viaje de tu vida: el viaje para volver a encontrar esa luz. El viaje para intentar encontrar otra vez esa chispa celestial. Un viaje que empiezas sin saber cuándo llega al final, pero con la certeza de conocer cuál es el objetivo: volver a sentirte así. Porque aunque el sentimiento ya no exista, aunque se haya ido sin saber si volverá, por lo menos te ha dejado algo muy importante: la posibilidad de saber cómo se siente tocar el cielo con la punta de los dedos. La suerte de saber cuál es el máximo nivel de felicidad que puede llegar a sentir tu corazón. Y saber que de ahora en adelante, ya no te podrás conformar con menos.
                                                                             K.

sábado, 2 de marzo de 2019

Sobre la inspiración perdida

En estos días comentaba con unos amigos que en mis ratos libres, yo antes solía escribir poesías. Y textos. En resumidas cuentas, les confesé que me gustaba escribir. Y se lo contaba con nostalgia, hablando en pasado, pues realmente en la actualidad ya casi no encuentro tiempo para ello. Ni tiempo ni inspiración. Y ellos me dijeron: "pues busca la inspiración". Y a mí me entraba la risa, porque eso de la inspiración no es algo que se encuentra tan fácilmente, como cuando te pones a buscar las llaves o el abrigo antes de salir de casa. La inspiración surge sin esperarla, como surgen casi todas las mejores cosas de la vida. Y por desgracia, la inspiración también se puede perder de la misma forma que la encuentras: cuando menos te lo esperas.

Creo que yo la perdí hace ya algún tiempo, pero esa es otra historia. Supongo que ahora solo toca esperar a que regrese esa magia que me devuelva un buen motivo para escribir otra vez. Decían por ahí que son tiempos difíciles para los soñadores, y qué gran verdad. En un mundo cada vez más deshumanizado, resulta complicado hacerse un hueco cuando eres alguien de emociones a flor de piel. Pareciera que expresar sentimientos abiertamente es algo pasado de moda, anticuado, casi extinto. Quizás esa desidia generalizada que impregna casi todo hoy en día me ha contagiado a mí también. Aunque pensándolo bien, el solo hecho de estar aquí, echando de menos mis ganas de escribir de antaño, signifique que no todo está perdido. Se trata de rachas, de idas y venidas, de vaivenes, de comienzos y finales. Pero mientras se siga manteniendo la ilusión de reencontrarnos de nuevo con un rayo de luz, hay esperanza. Y mientras haya esperanza... entonces ya está ganada la mitad del camino.
K