miércoles, 9 de diciembre de 2015

Detalles


Siempre buscando algo extraordinario. Siempre esperando que ocurra lo magnífico, lo mágico, lo inimaginable. Pasamos la vida soñando con ese cuento de hadas, con esa eterna historia ideal que se torna perfecta y a la vez imposible. Queremos tenerlo todo. Emoción, amor, pasión, felicidad, éxito, bienestar. Nos quejamos de nuestra suerte si no encontramos lo que buscamos, nos hundimos en un vaso de agua si no alcanzamos nuestras efímeras metas. Envidiamos a aquellos que sí poseen lo que nosotros anhelamos, y nuevamente nos odiamos por no poder ser como ellos.  

Así pasamos gran parte de nuestros días y muchas de las noches en vela. Pero no nos damos cuenta de que tal vez no hace falta viajar al fin del mundo para alcanzar la cima. Olvidamos que lo más pequeño a veces es lo más importante, y que no siempre la felicidad se esconde detrás de destinos de ensueño, amores de película o aventuras infinitas. Que tal vez si miráramos con más detenimiento a nuestro alrededor podríamos tocar el cielo más a menudo, casi a diario. Sin embargo, de vez en cuando aparecen momentos en los que somos conscientes de los detalles de nuestra realidad. Y los admiramos, los queremos, los disfrutamos, los saboreamos. Los sentimos como el único motivo para vivir un nuevo día. Es entonces cuando todo parece distinto, porque incluso una simple sonrisa es suficiente para despertar nuestra ilusión. Y hasta una simple mirada basta para que en nuestra ventana vuelva a salir el sol. 

                          

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