lunes, 9 de mayo de 2016

Señales

A menudo nos gusta pensar que existen las denominadas señales del destino. Cuando no sabemos qué debemos hacer, qué debemos esperar o qué decisión tomar, desearíamos que apareciera una providencial señal mágica en nuestra vida para aportarnos la respuesta. En este absurdo anhelo depositamos todas nuestras esperanzas, y nos creemos que cuando aparezca la señal correcta todas nuestras dudas desaparecerán. Pero no hay nada más lejos de la realidad. No hay cuento de hadas más ridículo que este.

Lo que realmente ocurre en esos casos, es que ya sabemos de sobra cuál es el camino que debemos tomar, pero algo en nuestro interior nos dice que no es el mejor. Quizás es el que deberíamos escoger, pero no es el que nos gustaría. Y como no nos gusta, nos agarramos a cualquier atisbo de luz que nos diga que en realidad lo que deberíamos hacer no es lo que el destino quiere que hagamos. Sin embargo, en el fondo sabemos que estamos perdiendo el tiempo. Porque ya sabemos exactamente qué es lo que tenemos que hacer, pero nos da miedo afrontarlo. Nos da miedo enfrentarnos a algo desconocido y equivocarnos. Nos da miedo que lo que debemos no coincida con lo que queremos hacer. Tememos que la razón gane al corazón, pero sabemos de sobra que el corazón tiene todas las de perder. Y la cruda realidad es que sabemos que tal señal solo llegará cuando nosotros estemos preparados para asumir lo que de verdad necesitamos en nuestra vida. 

Así que no hacen falta señales milagrosas del destino para alcanzar nuestras metas. Lo que hace falta es valor para fabricar nuestro propio destino.
                                                                                                                                                               
K.


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