martes, 2 de agosto de 2011

Vacaciones.


Verano. Tiempo de vacaciones, tiempo de olvidar y por qué no, también de reinventar. Se busca cambiar de aires, escapar de la rutina. A menudo queremos ambientes radicalmente opuestos a los que estamos acostumbrados a vivir, deseamos nuevas motivaciones para un espíritu quizás algo desgastado de lo mismo de siempre.
Sol, playa, mar. O tal vez frío, montaña, nieve. A gusto del viajero, aunque acorde también con los gustos de los acompañantes. En cualquier caso, desconectamos. Intentamos borrar el disco duro. Flotamos en una nube nueva y distinta, una nube que nos transporta a esas sensaciones de paz que durante todo el año anhelamos.
Así pasan los días, en esa novedad vacacional que al final también termina por convertirse en rutina. Es entonces cuando, inexplicablemente, incluso añoramos nuestro hogar. Qué locura, ni siquiera podemos entender a nuestra propia conciencia. La extraña contradicción de añorar aquello de lo que se huía. Y es que por mucho que busquemos paraísos más allá de nuestra calle, al fin y al cabo como en casa... en ningún sitio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario